viernes, 12 de abril de 2013

En estado de emergencia

Con un pasado de marginación que lleva décadas y un presente complicado, los vecinos de los complejos 19 de Abril y 19 de Junio en Cerro Norte, hacen lo que pueden para convivir con la violencia. 

Fabián Muro

"Sabés qué es esto?", pregunta uno de los vecinos más antiguos del 19 de Abril y muestra una bolsita de nylon. La asociación es inmediata: "Pasta base". El vecino ríe con ganas. "¡Yo sabía!", dice y empieza a abrirla. En vez del polvo amarillento aparece una "palanca" de marihuana. "Andá, traeme unas hojillas, mi amor", le pide a su nieta, una preciosura de ojos negros y grandes que sale disparada por los estrechos pasajes del complejo a buscarlas.
Una vez armado el porro, el vecino, que no quiere dar su nombre, le da unas pitadas mientras acaricia la cabeza de su nieta. "Vivir acá es como vivir en cualquier parte", apunta, cuando ya tiene los ojos rojos. Dice tener varias heridas de bala.
Vive en un complejo que se construyó hace 32 años. Del otro lado de la calle Rio de Janeiro está el 19 de Junio, dos años más viejo. Iban a ser una solución transitoria, pero ahí siguen, reproduciendo marginación y violencia en el corazón de uno de los barrios más marcados por la violencia: Cerro Norte. Fuentes académicas y del Ministerio del Interior coinciden en que los indicadores de la Seccional 24, que tiene jurisdicción sobre los complejos, están entre los peores de Montevideo. El director del Observatorio Sobre Violencia y Criminalidad, Rafael Paternain, no autorizó la divulgación de los datos precisos.
Parte de la culpa por esta situación la tiene la arquitectura de los complejos, o la falta de ella: una hilera de diminutas casas, una arriba de otra. Están tan apretadas que parecen construidas en un único gran y alargado bloque que fue separado por delgadas membranas de cemento. El amontonamiento también es interno: diez o más personas están obligadas a compartir los reducidos espacios de cada casa.
Ser parte de Los Palomares, como se nombra despectivamente a los complejos, es estar cerca siempre de la violencia. Como dice una asistente social con 20 años de trabajo en la zona: "Es muy probable que un niño de los complejos haya sido testigo de una balacera". Aunque esto es un universo geográfico acotado -aproximadamente 400 viviendas de un lado y 500 del otro, en una superficie que se recorre en poco menos de media hora- para muchos, esto es Cerro Norte. Es en estas amontonadas viviendas que muchos piensan cuando se enteran de un hecho de violencia en la zona. En realidad, La Paloma, donde están los dos "19", es uno de los barrios del norte del Cerro.
Todos se saben estigmatizados. Hay jóvenes que alardean con tener armas, y se enorgullecen del miedo que produce el prejuicio hacia el barrio. Pero muchos se indignan porque nombrar dónde se vive cuando se busca trabajo equivale casi siempre a no conseguirlo.
Mercedes Martínez, una vecina que sale al encuentro de Qué Pasa, tiene muchos años en el 19 De Abril. Dice que vivió en varias partes de Montevideo y repite, como tantos otros, que "la violencia está en todos lados".
Nadie, sin embargo, se niega a ver la realidad. Luego de unos minutos, todos admiten que la violencia nunca está demasiado lejos de sus vidas. A unos metros de la charla, en el cruce de Haití y Bogotá, una banda apodada "Los Ricarditos" baleó a dos y mató a uno, en julio del año pasado. Todos se acuerdan de hechos así.
Hace dos años, el Ministerio del Interior puso en marcha el programa Mesas Locales de Convivencia y Seguridad Ciudadana en varios Centros Comunales Zonales, entre ellos el 17, del que forman parte los complejos. Luego de varias reuniones, los propios residentes identificaron sus principales dolores de cabeza: conflictos vecinales, violencia doméstica, droga y hurtos.
La presencia de la pasta base, expendida sin distinciones y a ritmo constante, es parte de lo cotidiano. Todos saben dónde se vende, pero también saben que una denuncia lleva a represalias. La relación con la policía, definida por un vecino como "malena" (mala, en la jerga) es tensa, y muchos creen que será aún más complicada cuando los agentes intenten cumplir con lo que anunció el Ministerio del Interior la semana pasada: atacar las bocas de venta de la pasta base.
También las armas, blancas y de fuego, son parte de la vida de los complejos. En la Seccional 24, el subcomisario Esteban Carballo saca el arsenal requisado apenas en los últimos días: hay fierros, cuchillos, palos y una chumbera que parece más potente que lo que realmente es. "Acá hay de todo", dice quien tiene que coordinar a aproximadamente 150 policías para cubrir las necesidades de toda la seccional. En el mapa, Carballo señala calles como Haití y Santa Cruz de la Sierra cuando define la parte más conflictiva de Cerro Norte: todas están en los complejos. El subcomisario Carballo hace seis meses que trabaja en la 24. El día a día para él es una llamada atrás de otra a sus teléfonos y gente llegando hasta la seccional.
Para los policías que él coordina, lo cotidiano es la mediación. "Es lo que más hacemos, mediar entre las partes en conflicto. La pasta base también es un problema, pero no es exclusiva de esta zona. La convivencia en ese barrio es difícil. Por un lado están aquellos que tienen trabajos o changas pesadas y llegan agotados y estresados. Esa persona no va a tener mucha paciencia cuando el perro de al lado empiece a ladrar. Y están aquellos, muchas veces jóvenes, que hacen ostentación de su fuerza y buscan el conflicto: acá es importante imponerse".
FORASTEROS. Para entrar a los complejos hay que ser precavido. Las visitas se pactan de antemano por celular, un aparato ubicuo en el barrio y hay que esperar a los vecinos a una distancia prudente. Solo entran sin control previo los que trabajan desde hace muchos años en alguna de las 21 instituciones públicas o privadas que operan en la zona. Pero todos se cuidan. María José Beltrán trabaja desde hace cinco años con los vecinos de los complejos. Nunca le pasó nada. Pero ni ella ni su colega, Mercedes Lukín, van a visitar a alguien luego de la caída del sol.
Lukín participó de las reuniones de las mesas de convivencia y seguridad. Es asistente social y trabaja en todo el Cerro desde hace mucho, tanto en el programa Apex-Cerro, de la Universidad de la República, como en el Inau. Junto a Beltrán recorre los complejos como nexo entre los estudiantes que hacen su práctica ahí y los vecinos. Son un Equipo de Barrio Operativo, o EBO. Lukín dice que los conflictos entre vecinos pueden surgir por algo trivial: "La música muy alta. La pelota que rebota y rompe algo. El perro que ladra. Esos pueden ser factores que desaten un conflicto. Y una de las causas está en la geografía del lugar, que condiciona la convivencia". Nada permanece oculto. Todo está a la vista y al oído de todos.
Como el hacinamiento es extremo, no extraña que siempre haya mucha gente afuera: adentro no hay lugar. Muchos caminan de acá para allá o van hasta una cancha de fútbol que está en el medio del 19 De Junio. Pero los picaditos no son muy frecuentes. Como explica un vecino, una entrada dura lleva al insulto y en estos lados, del dicho al hecho puede haber un muy corto trecho.
Lo que queda es "hacer esquina". Grupos de jóvenes se juntan en una punta de los pasajes desde donde registran a todos, en especial a los que entran a su territorio. "Tendrían que estar trabajando. O estudiando", dice otro vecino y agrega que "acá, el ocio no lleva a nada bueno".
Son los jóvenes los que le dan la fisonomía al barrio. En toda la zona La Paloma-Tomkinson, cerca del 60% son menores de 29. En comparación, solo el 35% tienen menos de 30 años en Pocitos, de acuerdo al último censo. Muchos de estos no llegan a concluir el ciclo básico. Antes de completarlo, ya están fuera del sistema educativo. "Uno de tres, o más, no termina el ciclo básico", dice el profesor de historia Luis Martínez, delegado sindical en el Liceo 11, en Grecia y México. Martínez ve todos los años cómo alumnos, en particular de la zona norte del Cerro, van desertando a un ritmo inexorable.
MÉTODOS. Carlos Britos, Cacho, tiene un reparto de soda en la zona y es el presidente de la comisión vecinal. Se mudó al 19 De Junio hace siete años y vive en una de las casas del pasaje 57. Dos gatos para mantener a raya a las ratas y una perra contra los que quieran entrar a robar son su compañía, ya que se separó hace unos meses.
Se hizo del recorrido del repartidor de la zona cuando éste fue testigo de un asalto a otros repartidores y no quiso seguir trabajando en esos corredores, que entre una punta y otra albergan 48 viviendas. Cacho era cliente y enseguida aceptó la propuesta de trabajo y negocio. Tres veces por semana recorre desde la calle Santín Carlos Rossi, que rodea una parte del Estadio Tróccoli, hasta Puerto Rico. Los restantes días intenta llegar al jornal como vendedor.
Su casa está en la esquina misma del pasaje 57. Sale, cierra el portón con un alambre y comienza a oficiar de guía. Saluda a todos, siempre con un "vecino" o "vecina". Parece Omar Gutiérrez. Tercamente optimista, cree en la integración y el diálogo para resolver los problemas de convivencia. También cree que si las oportunidades surgen, serán aprovechadas. "Qué la van a aprovechar…", le retruca Nancy, una vecina que atiende un almacén. "Te apuesto que si venís y les decís que le ofrecés trabajo, se borran todos. Son unos vagos", sentencia resignada.
Cacho se ríe y sigue camino, pero reconoce que la vecina tiene sus razones. Como presidente de la comisión vecinal, se preocupa por lo que pasa en el barrio. "A veces, roban algo en una punta del pasaje, una sábana colgada, lo que sea, y me la vienen a vender, para juntar para pasta base. Si compro, no tengo códigos. ¿Cómo voy a reclamar algo si contribuyo a que eso siga? Tengo que hacer que entiendan que esto, por poco que sea, es lo que tenemos", dice.
Conversar con un joven que busca llegar a la próxima dosis es, dentro de todo, de lo más liviano que le puede tocar. Con conocimientos en conexiones telefónicas y eléctricas, estuvo un día ayudando a unos trabajadores de UTE que huyeron despavoridos cuando fueron amenazados por un vecino armado. Tuvo que ir a apaciguar al que había encañonado a los técnicos y explicarle, una y otra vez, que si corría a los de UTE, la luz nunca iba a volver. Porque los apagones son frecuentes en las comunidades. Y las pérdidas de agua. Cacho estima que aproximadamente 5.000 hogares en Cerro Norte están enganchados irregularmente a los cables de UTE. "Y debe haber unas 200 pérdidas de agua", acota.
No todos emplean los mismos métodos que Cacho para poder llevar una vida más o menos digna. Mónica Figueredo vive en el 19 De Abril desde hace más de 15 años. Tiene ocho hijos y está desocupada. Cuando consigue algo, sale a trabajar. Para ella, la casa y la familia es lo único que importa. Cuando Teresita, otra vecina, expresa sus máximas para la convivencia-"No te metás, no opinés y si podés dar una mano, hacelo"- ella coincide. "Si tengo confianza, por ahí le digo que no fume pasta base. Pero si no, que se mate, qué me importa. No me meto con nadie. Y que nadie se meta conmigo".
A veces, sin embargo, no queda otra que intervenir. Antonio Quirino es concejal desde hace nueve años por el MPP y se acuerda de cuando funcionaba el merendero Estrella. El merendero atraía a muchos niños y a veces también a "malandras" que andaban en moto a toda velocidad entre los más chicos. Siempre estaban armados: "A una persona así no la podés encarar mal. Tenés que ir a hablarle como si fueras el más simpático y comprensivo. Y tratarlo con mucho cuidado. Porque si no… A una persona así no la podés lastimar. Cuando se recupere, va a venir por vos".
Quirino, Figueredo, Teresita y Esterlina Rodríguez, otra referente para los vecinos, son de los que se quedaron en el barrio. "Hay gente que se halla y otra que no. Algunos vienen, se quedan un tiempo hasta que consiguen algo de plata y luego se van. Como acá no pagan nada porque la zona no está regularizada, pueden ahorrar algo y luego irse. Pero hay algunos que se quedan, como nosotros", explican.
Con la permanencia vienen las ganas de mejorar. Y hay mucho para hacer. Miguel "Cono" Castro señala un cable pelado, grueso y negro, que cuelga de una columna en un gran espacio verde al lado del merendero Estrella. "Si se muere un niño porque no sabe que no tiene que ir a tocar ese cable, ¿a quién voy a reclamarle?", se pregunta.
"Dentro de poco van a terminar las obras que rodean la zona, pero nosotros seguimos en la misma de siempre", dicen muchos cuando piensan en que es apenas una calle -la recién pavimentada Porto Alegre- la que separa un gueto, el 19 de Junio, del 33 Orientales, en pleno proceso de regularización. Las viviendas de ese barrio están separadas por un pequeño espacio que parece crecer cuanto más se lo compara con el amontonamiento del otro lado. "Pensamos que va a ser positivo para toda la zona, pero siempre nos preguntamos hasta cuándo vamos a seguir así", comenta Quirino. Figueredo, por su parte, ya se resignó. "Una vez, en la intendencia me dijeron: `ese tizón no la agarra nadie`. Yo creo que es así".
Del otro lado, en el 19 De Junio, Cacho comenta: "Acá hay mucha gente que ya claudicó, pero creo que vamos a estar mejor", comenta. Cacho apoya su optimismo en que la intendencia, dice, finalmente comenzará a construir un Salón Comunal en el medio del complejo. "Me puse esta mochila de tratar de hacer algo por el barrio y por orgullo personal voy a seguir cargándola", dice antes de despedirse.
Al otro día, tiene que salir a vender soda y recorrer esos pasajes donde la pobreza, la resignación y la violencia siguen instalados desde hace casi 35 años. u
Calles salvajes
La intersección de las calles Haití y Bogotá, justo en la entrada del 19 De Abril, es uno de los lugares más peligrosos de Cerro Norte. Fue ahí que el año pasado dos delincuentes mataron a un hombre con un Magnum .357. El lunes pasado, otra persona murió en ese lugar, baleada por un menor de edad. Lo que comenzó como un "mangueo" derivó en una pelea, que terminó cuando el derrotado sacó un arma y mató a quien no quería entregar el último cigarrillo que le quedaba.


Parte del paisaje | En la policlínica del ccz 17
La pediatra Teresa Briozzo es la coordinadora de la policlínica La Paloma, en Camino de las Tropas y Pernambuco, donde trabaja desde 1990. "Es difícil cuantificar, pero mi percepción es que hay más violencia. Siempre trabajé en esta zona y antes no tenía reparos en salir a caminar por el barrio. Ahora sí. Aunque es cierto que nunca me asaltaron acá y en otros barrios sí". Afuera del consultorio de Briozzo, Susana Álvarez, Ana Arriola y Mónica González, cuentan que la violencia es parte del paisaje. "Si todos los días la ves, al final te acostumbrás", dice Álvarez. Las tres fueron rapiñadas en algún momento en sus recorridas por el barrio. Las tres cuentan de numerosos robos a la policlínica. Y las tres disciernen entre distintos niveles. No es lo mismo ser asaltada que insultada o amenazada, como suele ocurrir en el mostrador de la policlínica. "Uno minimiza esas cosas, por la frecuencia", dice la psicóloga González. Uno de los mayores problemas ahí es la violencia doméstica. "A veces, vienen por algo que no tiene que ver con eso y hablando de a poco se van conociendo las historias: hombres que golpean a sus parejas, madres que golpean a los niños, niños que se golpean entre sí. Y mujeres que le pegan a su marido también", comenta González. Lo positivo entre tanto dato sombrío, dice Briozzo, es que la capacidad de pedir ayuda ha aumentado.

Regularizar la pobreza 
En Cerro Norte es una de las zonas más atendidas de la ciudad en cuanto a políticas públicas. Adriana García es asistente social y trabaja en el Instituto De Promoción Económico Social Del Uruguay (Ipru), una de las 21 organizaciones públicas y privadas que desarrollan actividades sociales y asistenciales en el norte del Cerro. Actualmente, dice García, el Ipru participa de la implementación del Piai (Programa de Integración de Asentamientos Irregulares), surgido de un convenio entre el Estado y el Banco Interamericano de Desarrollo en 1999. Son muchos los que esperan que Cerro Norte deje de ser sinónimo de violencia y crónica roja cuando concluya el programa, que está en sus últimas etapas (desde el Piai, se dice que las obras terminarán en el mes de julio). El programa incluye saneamiento, energía eléctrica, alumbrado público, calles, equipamientos comunitarios y 52 viviendas para realojos. A un costo de más de 125 millones de pesos, abarca cuatro barrios: 17 de Marzo, 33 Orientales, Nuestra Casa y San Rafael. Todos ellos muy cerca a los complejos 19 De Junio y 19 De Abril.

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